Siete sobre siete
El 17 de agosto se cumple el 2º aniversario de la muerte de Marosa di Giorgio.
Dossier de siete sobre siete
preparado por Leonardo Garet
A dos años de su muerte
Homenaje a Marosa di Giorgio
1932-2004
EL REINO ABSOLUTO DE LA POESÍA
Por Leonardo Garet
“Lo demás, es todavía, hoy y mañana, y no me importa”. (Final de la “Ficha” con que se inicia el libro Magnolia, Venezuela, Lírica Hispana, 1959.)
Todo lo que no está en los márgenes de la poesía, en el restringido espacio del libro y, a la vez, el infinito de sus sugerencias y de sus imponderables orígenes, no existe para Marosa di Giorgio, la voz poética más pura y necesaria de la poesía en lengua española en el siglo XX. “Lo demás, es todavía, hoy y mañana, y no me importa”, es decir me importa el pasado, lo que intento recuperar a la luz del entendimiento con mi poesía.
Marosa no dijo nunca con precisión su fecha de nacimiento y no vale la pena contradecirla. Ella es de hoy, está naciendo en todo momento que alguien tome un libro suyo, lea un poema y lo instale en el centro de su atención y preferencia.
Vivió en las chacras linderas de su padre Pedro di Giorgio y de su abuelo Eugenio Médici, en las afueras de la ciudad de Salto, calle Apolón casi Concordia, los primeros años de su vida que habrían de ser los determinantes de un imaginario mítico emparentado con el pensamiento místico y ocultista. Venían a la ciudad ocasionalmente en un carro –el maravilloso carro del padre-, Marosa y su hermana Nidia, hermanas de sangre y de espíritu. Juntas recorrieron las distintas etapas de la enseñanza, asistiendo a la Escuelas 13 -a escasos metros de su casa- y a la Escuela 8–a los cursos de quinto y sexto años- y después al liceo Osimani y Llerena.
Nada hubo más definitivo que aquellos años para quien tenía una memoria prodigiosa en la que se grabaron los seres del monte, sus pequeños gritos, las plantas y sus colores y aromas, los vientos y las sombras, los reflejos de la luna y el silencio de la noche. No se podría separar nunca de las liebres, los ratones, las mariposas, las vacas, los caballos, la uva y las botellas de licores, formando una dimensión propia junto a sus familiares y sus temores, las muñecas y las figuras inaprensibles que cruzaban fugaces entre los árboles.
Actúa en el conjunto de teatro experimental “Decir” formado por Nidia Arenas, argentina de nacimiento que vivió en Salto encendiendo la sagrada llama de Dionisos. Tal lo que puede ser, en apretada síntesis, lo que está afuera del libro.
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En 1953 se inicia la historia con la publicación de Poemas, humilde, pequeño y audaz, depurada poesía vestida de prosa. Tenía argumentos y personajes y no era narrativa según lo declaraba, desafiante, su título. Poemas vinculó a su autora con escritores del resto del país y de América y abrió el camino para que el segundo libro Visiones y poemas, fuera editado en Venezuela, en un sello editorial dedicado exclusivamente a la poesía: Lírica Hispana, dirigido por Conie Lobell y Jean Aristeguieta.
Desde la distribución de esta publicación la voz de Marosa se hizo reconocida por todos aquellos con oído para la poesía. Y después, Humo (1955), publicado por su autora en la ciudad argentina de Santa Fé, adonde había ido a pasar una temporada en la casa de sus familiares. Estos tres pequeños libros iniciales marcan la fisonomía completa de su obra.
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Después vendrá la confirmación, la penetración en los distintos ámbitos de la literatura uruguaya: crítica, sellos editoriales, premios, homenajes. El caudal se formará con los títulos Druida (1959), Historial de las violetas (1965) Magnolia (1965), hasta llegar a un hito que reúne los anteriores y suma La guerra de los huertos y Está en llamas el jardín natal y que se llama Los papeles salvajes (1971), recopilación que en adelante será una “flor de lis” de su autora. En este tomo los pequeños libros se potencian mutuamente, irradian el esplendor de un universo conformado con leyes propias y que oficiará como presentación en los más exigentes ámbitos literarios. En 1974 vuelve a publicar en Venezuela, esta vez se trata de Gladiolos de luz de luna; en 1979 ve la luz Clavel y tenebrario y en 1981 echa a correr La liebre de marzo. Se trata ya de la autora presente en antologías (Cien años de raros, de Ángel Rama, La novel poesía del Uruguay, de Alejandro Paternain, Narraciones de lo real y lo fantástico, de Antonio Beneyto, en Barcelona), y merecedora de premios literarios del Ministerio de Instrucción Pública y de la Intendencia Municipal de Montevideo, en diversas oportunidades. A ese prestigio se suman Mesa de esmeralda (1985), La falena (1987) y enseguida reediciones de Los papeles salvajes, 1989 y 1991. Otra importante veta estaba todavía por descubrirse: la de la narrativa. Y se adelantan, desafiantes: Misales (1993), Camino de las pedrerías (1997), Reina Amelia (1999) y Rosa mística (2003). Completan su blibliografía Diamelas a Clementina Medici (incluido en Los papeles salvajes, 2000, Tomo II), La flor de lis (2004) y un libro todavía inédito: Pasajes de un memorial al abuelo toscano Eugenio Medici.
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“Lo demás, es todavía, y no me importa.” Es decir, no se ha convertido en literatura y por eso su desvalor. Hay que pensar en Kafka para encontrar un caso parecido de amor exclusivo, de reino absoluto. La poesía debería inundarlo todo y por eso no retaceó su esfuerzo por leer en todas las ocasiones posibles, para estar en las nacientes y fugaces publicaciones. A su deseo la favoreció la facilidad de viajar que se fue incrementando con el paso de los meses, por las cada vez más generosas invitaciones a visitar distintos países: Argentina, Chile, Paraguay, Brasil, México, Colombia, Estados Unidos, España, Francia, Italia, Israel, otros tantos escenarios de sus recitales.
Fue premiada y reconocida a nivel internacioal: Premio Fraternidad de la B´nai B’ rith, Premio La flor de Laura, de Italia, Premio del Festival de Medellín, Colombia, Invitada por la Casa del Escritor Extranjero, en Francia. ¿Quién que habla de poesía en español, puede ignorar hoy, a Marosa di Giorgio? Fue una ráfaga de mundos insólitos que recorrió hablando en castellano, llegó a España y después se tradujo al francés, al inglés, al portugués.
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Montevideo, como primero Salto, tuvo el privilegio de su presencia principesca, de cuento de hadas, de campesina vestida de fiesta.
Estamos a dos años de su muerte. Es mentira que quienes fuimos sus amigos podamos consolarnos de su ausencia con el recuerdo, o con la obra. Yo siento su ausencia como algo palpitante, que solo se intuye si se alcanza a entender que fue un ser superior que durante unos años, anduvo entre nosotros. Nada puede, pues, parecerme más acertado que este Suplemento de Homenaje para el que nos hemos reunido un grupo de salteños.
FICHA
Nací y vivo en Salto del Uruguay,
una ciudad que queda cerca del agua y de la luna.
Mi infancia está en los campos,
los árboles, los demonios,
los perros, el rocío;
queda en medio del arvejal,
y adentro de la casa;
a veces, venía a visitarme el arco-iris,
serio como un hombre,
las larguísimas alas tocando el cielo.
Mi infancia es la luna,
patente como una rosa,
y el grito de los muertos.
Mis libros de poemas se llaman
“Poemas”, “Humo”,
“Druida”, “Magnolia”.
Lo demás, es todavía, hoy y mañana,
y no me importa.
FICHA apareció en Magnolia,
edición venezolana,
y no fue reeditado
en Los papeles salvajes
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Texto no reeditado
en Los papeles salvajes:
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VISIONES
I
El sol, al morirse, termina un bosque de bronce
Largas cigüeñas se inmovilizan en la ribera.
Los niños negros vienen a buscar uvas a la isla
Si: pero ésta no es hora de buscar uvas
Los niños negros quieren romper el agua, y se abrillantan
quieren ahuyentar a las cigüeñas; y se alucinan.
Las cigüeñas son los ángeles de mi ribera
El cielo es un magnolio y da la luna, morada y magnolia
Los niños se trepan; no pueden deshojar la luna.
Ay, que nunca podremos deshojar la luna.
Sólo si tú volvieras.
Sólo si se abriera la muerte y tu volvieras
Sueño con tus manos.
La noche me hace el sueño de tus manos.
Tus manos que podrían deshojar la luna.
A cada niño negro le darías un pétalo de luna.
Y ellos se irían con un pétalo de la luna.
Nos quedaríamos en la isla.
Tú y yo en la isla.
Mi sueño de la isla
Hasta que volaran de nuevo las cigüeñas
Y te volvieras a tu muerte.
y el sol empezara una vez más para mi, otro bosque de bronce.
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DESDE EL UMBRAL
Por Myriam Albisu
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Sobre calle Apolón y a pocos kilómetros de la ciudad de Salto se encuentra la primera chacra en la que pasara Marosa sus primeros años junto a su familia.
Sobre calle San Martín quedan aún testimonios de la segunda casa que fue la que imprimió y dejó más recuerdos. Padre y abuelo compartían las tierras.
El abuelo, Eugenio Médici, había adquirido en 1905 los derechos sucesorios de Francisco Astengo y el 12 de diciembre de 1917 obtuvo la salida municipal, cosa que facilitó los desplazamientois de y hacia la chacra.
Probablemente en el año 1934 adquirió también la chacra que perteneciera a los sucesores de José Masferrer y Josefa Echevarría de Masferrer, lindera de la anterior.
Se vendió a María del Carmen Scarrone en 1940 y permanecieron allí hasta 1942.
Actualmente la chacra y casa en que vivieron los di Giorgio Médici en los primeros años de la poeta, pertenece al matrimonio Cayetano Kutcharski, que continúa desarrollando actividades propias del campo, llevando adelante un vivero de plantas y árboles.
La casa conserva su estructura básica; cuenta con un buen mantenimiento y se le ha agregado una habitación que da al frente.
El campo que rodea el lugar es pintoresco, con suaves lomas y aún pueden verse algunas acequias y el viejo tajamar, la arboleda…
Según Marosa en Historial de las violetas VI:
“Y en el aire había siempre perfume da violetas”
La vegetación crecida que se ve a lo lejos, recuerda el trayecto del tren (motocar) y puede verse el puente (o túnel, más bien) por donde con su estridente silbato daba las 11 y 30.
“Yo había cobrado la costumbre de errar toda la tarde, sola, lejos, sobre esa tierra, que pronto sería ajena…” (Druida 12)
LA SALA MAROSA DI GIORGIO
Lo que será, sin duda, el señalado lugar de peregrinación de quienes la conocieron y de quienes son marosianos a partir de sus libros, es la Sala Marosa di Giorgio que prontamente se inaugurará en la ciudad de Salto. La historia es la siguiente. A los pocos días de la muerte de Marosa di Giorgio, su hermana Nidia aceptó la idea de Leonardo Garet de no desperdigar las cosas de Marosa, sino de reunirlas en una sala que la recordara, a la vez que fuera el centro de estudio y de reunión de materiales sobre su obra. La Intendencia Municipal de Salto aprobó el proyecto de encargarse de la Sala.
Nidia di Giorgio y Leonardo Garet seleccionaron lo que iba a destinarse a ese fin. La Intendencia Municipal de Salto se encargó del traslado de las pertenencias. Hoy están en depósito esperando que se acondicione una parte del edificio de la Casa Quiroga, para que la Sala tenga un lugar bien acondicionado, esté abierta al público y bajo el cuidado y la responsabilidad de funcionarios municipales. Se estima que en noviembre, cuando se realicen la mayoría de los actos celebratorios de los 250 años del Proceso Fundacional de Salto, se podrá inaugurar la sala.
EL LIBRO INÉDITO
Marosa dejó un libro inédito titulado Pasajes de un memorial al abuelo toscano Eugenio Médici. Fue destinado a la Colección de Escritores Salteños que se está editando y actualmente va en su número 9. Su autora le fue entregando los poemas a Leonardo Garet, en forma trabajosamente manuscrita. Este los pasó a máquina y se los retornaba para la corrección. Así se conformó el libro que aparecerá, de acuerdo al plan de publicaciones, en el mes de diciembre de este año. Se trata, nada menos, que de la despedida de Marosa, de su mundo y de la vida.
LIBRO SOBRE
VIDA Y OBRA DE MAROSA
En este mes aniversario de la muerte de Marosa, aparecerá un libro sobre su vida y obra escrito por el responsable del presente Homenaje de sietesobresiete, el escritor salteño Leonardo Garet. Se titula El milagro incesante, vida y obra de Marosa di Giorgio. Abarca todos los aspectos de la vida de la poeta salteña, así como estudia la totalidad de su obra. Realiza también un relevamiento bibliográfico exhaustivo.
MAROSA Y LOS CAMINOS DE LA MAGIA
Por José Luis Guarino.
“Yo soy de aquel tiempo,
los años dulces de la Magia”.
(“Está en llamas el jardín natal”, 1)
Marosa. Maga. Recorrió los caminos de la vida, y sigue recorriendo los caminos de la poesía, multiplicando misterio y maravillas.
La conocimos con sus ojos náufragos en una sobrerrealidad oculta. Solo transitoriamente fijaban su atención en el entorno. Así y todo, nos sorprendía a veces con recuerdos y detalles certeros, que habíamos pasado por alto, o teníamos olvidados. Como si su interés en develar lo que estaba más allá de las cosas, facilitara su interpretación y fijación de la realidad cotidiana.
Antiguo y repetido prodigio: Como Orfeo con su lira. Como el Varón de Asís con su fraternal dulzura. Desde su juvenil “Poemas” (1954) Marosa arrastra consigo poema a poema, libro a libro, un cortejo incontable de criaturas, seres reales o imaginarios que acuden sumisos a su llamado.
Crea y recrea. Así la luna “ha clavado su herradura fina, de vidrio, en mitad del cielo”, y el fuego “pareció un faisán intentando el vuelo”.
Esa luna a la que dedicó en “Clavel y tenebrario” estos versos:
“No quisiera morir solo por no dejar de verte.
Aunque sé que has de subir, más tremenda y sola,
de detrás de los muros de la muerte”.
En sus poemas verdea el bosque, soplan los vientos, cantan las lluvias, blanquea la nieve.
Brota la presencia multitudinaria de árboles y jardines, con sus frutos y flores: los magnolios prontos a “estallar sus pimpollos como balas blancas”, cipreses, pinares, uvas y cerezas, gladiolos “de luz de luna, que de noche caminaban como personas”y “la esplendorosa hoguera de los lirios”.
Como el antiguo Adán, ejerce su dominio sobre animales y seres alados: los lobos, y las cabras “con sus saltos, y su sed y su seda”, las palomas “de esas que ponen huevos rojos”, y sobre todo las mariposas, mariposas, mariposas, que llenan la boca, el grito y hasta el alma…
Combinación de religiosidad y erotismo, sus versos convocan lo divino, y atraen sobre sí el universo.
Y como al principio de los tiempos, crea y recrea la Palabra. Y la vida que crea la Palabra, se hace perdurable.
Pudo Marosa hacer suyas las palabras de Horacio: “Non omnis moriar”. No moriré del todo. Sobreviviré en mi obra.
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LA IMAGEN DE LOS PADRES EN “CLAVEL Y TENEBRARIO”
Por Jorge Pignataro
Si a la expresión “lo primero” puede asignársele el doble significado de “lo inicial”, por un lado, y “lo primordial” por otro, en la poesía de Marosa Di Giorgio, “Infancia” es un término que reúne ambas acepciones. Es etapa primitiva y al mismo tiempo dominante. Casi la totalidad de los poemas de “Clavel y tenebrario” nace con un recuerdo de ese “Antes...el más hermoso país”; por eso constantemente “Oigo a los perros de la infancia, allá en la remota propiedad...”, “Oigo a los teros de la infancia, allá sobre el maizal que mi padre inventó…”. La niñez del yo poético aparece siempre inmersa en el ambiente mágico de las chacras, y allí adquiere importante dimensión la figura de un hombre, que intenta conquistar los huertos, y la de una mujer, a medio camino entre mantenerse al margen de aquel mundo fantástico tratando de explicarlo, y hundirse totalmente en él. Simplemente son llamados “papá” y “mamá”.
La de la madre es una mirada atenta, cuidadosa de la casa, del entorno y de su niña: “me vigila, me sigue, me persigue...”. Pero no es posible controlar un ser absolutamente diferente, más afín con seres como los zapallos, los gladiolos o los naranjos, que con aquellos de su misma especie que, a diferencia de ella, sí pueden entretenerse “con esos seres fantásticos llamados Juguetes”. Entonces la impotencia de la madre, cuando por ejemplo “quiere contarme de dónde proceden los murciélagos. Y no sabe cómo”, se vuelve desesperación y locura, “como si fuera a matarme porque no me parezco a ninguna de las hijas de esta tierra” y “una siente temor de la otra y no sé cómo hemos venido a dar acá”.
El camino de la casa a la escuela es espacio y tiempo de transmutaciones, escenario en que Marosa nos enfrenta magistralmente a metamorfosis y aventuras sobrenaturales, donde participan innumerables seres, reales, pero con comportamientos fantásticos. Todo “bajo el ojo potente de mi madre, que me espía desde lejos”. Esa mujer desconoce que nada espía desde una puerta entreabierta, sino que todo lo ve porque está muy adentro de ese universo asombroso, porque también ella alguna vez “se fue, definitivamente, a vivir con las liebres. Pero, volvió una tarde de octubre, y se casó, de nuevo, con papá”.
La imagen paterna, en tanto, se erige por momentos con imponente majestuosidad, capaz de provocar alteraciones en el espacio con su sola presencia. Dice uno de los poemas: “los bueyes, al mirarlo, se levantan. Él pasa y los pastizales se cierran suavemente, cae una manzana...”.
Cuando se habla del padre, es frecuente el discurso en segunda persona -el yo habla al padre- y con palabras que enaltecen más aún su figura, elevándolo a un plano de creador : “Recuerdo los trigos azules que plantaste”, “Tu siembra era fugitiva y eficaz”. Su creación es nada menos que la de ese espacio de ensueño, en el que cada elemento es imprescindible, porque se trata de un sistema. Uno de los poemas invoca al padre muerto; es un grito desesperado, que no encuentra resignación y que puede entenderse -el uso del plural parece confirmarlo- como la voz de todos los seres que integran el sistema marosiano: “tiéndenos las manos sagradas / mira que quedamos sobre la tierra / abandonadas...”.
Cuando la madre intenta alejar a la niña de la magia en que está envuelto todo el entorno, y así por ejemplo “me tiene prohibido que tome nada fuera de lo que ella me da en casa”, contrariamente, el padre parece alimentar sus ansias de jugar a lo desconocido. Está en el lugar y el momento exacto para servir al misterio: “Pido a papá que me traiga la magnolia que nadie tiene; y él va, la corta en el momento preciso, y la trae...”.
La figura de los padres se instala en la poesía de Marosa, como algo que no puede separarse de la infancia, de aquellos años que, al decir de Wilfredo Penco, “fueron sin duda determinantes, y vividos con una intensidad pocas veces traducida de manera tan rigurosa en la obra de un escritor”.
MAROSA
Por Jimmy de Azevedo
Es la tierra un maravilloso
país desconocido,
lleno de seres que convierten
en real lo fingido
Lewis Carroll
Aquella muchacha escribía poemas; los colocaba cerca de las hornacinas, de las tazas…Aquella muchacha escribía poemas enervantes y dulces, con gusto a durazno y a hueso y sangre de ave.
Los papeles salvajes 1971 ( Magnolias, I)
Como dice Eco (Estructura ausente) toda obra es un mensaje, y posee un idiolecto o código propio del que pueden partir distintas elecciones interpretativas. A Marosa Di Giorgio, la podemos colocar bajo la vigencia de un código con determinados símbolos. Un código del paisaje que convierte a la poeta en una maga, en una hechicera del lenguaje, en una artífice de la palabra evocada y convocada para la transformación y la disolución de un mundo y el nacimiento de otro. Un Edén que ni Dios pudo soñar siquiera.
Escribir sobre la poesía de Marosa es abismarse en zonas fantásticas y maravillosas transmutables de texto en texto como la propia Naturaleza. Por eso su voz es única porque escapa a las clasificaciones típicas de “lo extraño”, “lo maravilloso”, porque las cosas y hechos suceden con tal naturalidad que el lector está obligado por su sortilegio de la palabra a aceptarlo; el hecho se da sin metaforizaciones.
Nos traslada a un cosmos propio, único, cual dios demiurgo, cuyo jardín es la chacra natal, escenario salvaje y tierno de mutaciones fantásticas y que guarda oscuros rincones. Aquí surgen los recuerdos familiares, una infancia cada vez más presente que se convierte en muchos aspectos en núcleo generador de todo lo posible. Así su escritura, muchas veces, muestra el alma de niña-mujer transformada y distanciada de sus propios sueños. No hay alucinación sino riqueza de palabra, lujo y convivencia mágica de elementos naturales. Es un reino donde la diosa-mujer otorga y quita, da amor y castigo, muerte y erotismo. En su poesía nada más natural como el lenguaje cargado de brillantes vegetales y frutos, animales escurridizos que cruzan las páginas huyendo de los ojos del lector, extrañados, que sorprendidos se ocultan, a veces, en la antigua casa o tras un lirio.
Aparece también como escenario la casa: “sobre el promontorio, la casa era un cascarón macabro” (Poemas I).” La casa es nuestro primer rincón del mundo. “Es -se ha dicho con frecuencia- nuestro primer universo” (G. Bachelard, La poética del espacio). La poeta retorna siempre a su hogar y transfiere a los objetos (tazas, bandejas, muebles, legumbres, frutas, árboles) un afecto de compañía, un sentimiento vitalizante que los integra a la presencia de sus familiares; que teme o ama, o a la ausencia de alguien; que persisten e insisten en zonas del recuerdo, tomando dimensiones inusuales en el presente donde la metáfora, los símbolos y el color nos hacen imaginar cuadros pictóricos. También la presencia de lo religioso asociado a ese mundo mítico conforma la riquísima expresión poética de su discurso.
El retrono de Marosa al núcleo infantil, la chacra, nos hace recordar nuestra infancia invadiendo nuestros sentidos. Y también podemos llegar a decir:
Yo soy de aquel tiempo, los años dulces de la Magia”.
MAROSA DESDE HOLANDA
Por Jorge Menoni
Aún me queda la deuda y el sentido de culpa para con ella. Deuda, porque en sus poesías aprendí a percibir los acontecimientos cotidianos que ella revelaba a través de su cuerpo, de su gesto, de sus versos, ese algo característico acerca de su relación con la tierra, con sus semejantes, con ella misma. Sentido de culpa, pues la vi tantas veces sentada en la Confitería Oriental, mirando sin mirar, un mundo imaginario que comienza en ese lugar imperceptible donde nacen las palabras, esas bellas palabras que dejó en sus escritos, para la posteridad. Sin embargo, me marché de Salto sin haberla leído.
Hubieron de pasar diez años para que un día, deambulando por la biblioteca de Utrecht, me topara con sus libros. Dicen que nadie es profeta en su tierra; para mí se cumplió ese proverbio en esa biblioteca, a miles de kilómetros de agua que me separan de mi origen. Se había producido el milagro; comencé a devorar sus poemas, Marosa me miraba desde su foto de contratapa, quizás como queriéndome decir “nunca es tarde”.
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UN POEMA DE LA GUERRA DE LOS HUERTOS
Recuerdo mi casamiento, realizado remotamente; allá en los albores del tiempo.
Mi madre y mis hermanas se iban por los corredores. Y los viejos murciélagos –testigos de las nupcias de mis padres- salieron de entre las telarañas, a fumar, descreídos, sus pipas.
Todo el día surgió humo de la casa; pero, no vino nadie; sólo al atardecer empezaron a acudir animalejos e increíbles parientes, de las más profundas chacras; muchos de los cuales sólo conocíamos de nombre; pero, que habían oído la señal; algunos con todo el cuerpo cubierto de vello, no necesitaron vestirse, y, caminaban a trechos en cuatro patas. Traían canastillas de hongos de colores: verdes, rojos, dorados, plateados, o de un luminoso amarillo, unos crudos; otros, apenas asados o confitados.
El ceremonial exigía que todas las mujeres se velasen – sólo se les asomaban los ojos, y parecían iguales-; y que yo saliera desnuda, allí bajo las extrañas miradas.
Después, sobre nuestras cabezas, nuestros platos, empezaron a pasar carnes chisporroteantes y loco vino. Pero, bajo tierra, la banda de tamboriles, de topociegos, seguía sordamente.
A la medianoche, fui a la habitación principal.
Antes de subir al coche, me puse el mantón de las mujeres casadas. Los parientes dormían, deliraban. Como no había novio me besé yo misma, mis propias manos.
Y partí hacia el sur.