Marosa ha muerto, pero su obra no sólo sigue viva: crece. Y no necesita que la autora o sus amigos estén detrás, imponiéndola. Crece sola, porque es auténtica y vale por sí misma. Hay escritores que estando vivos, o a poco tiempo de muertos, están “en auge”, pero que después…, después no son más que mitos, nombres que se repiten por puro automatismo. Hay otros, como Quiroga, que cuanto más tiempo pasa de su muerte, más crecen. Lo mismo, sin dudas, sucederá con Marosa. Está sucediendo. La sola mención a su nombre atrae, convoca, entusiasma cada vez más. Apenas un ejemplo fue nuestro Teatro Larrañaga, a dos años de su fallecimiento, con más de cuatrocientas personas para la presentación del libro El milagro incesante – Vida y obra de Marosa di Giorgio, de Leonardo Garet. Más de cuatrocientas personas para la presentación de un libro en Salto: Excepcional. O la expectativa, que rebasaba los límites de Salto y el país, por conocer lo último escrito por Marosa cuando se aproximaba la publicación de su libro inédito en la Colección Escritores Salteños.
Leer a Marosa es concluir que ante sus ojos, las cosas no podían ser de otra manera que fantásticas. Es que hasta en algunas notas periodísticas que escribió, sus giros poéticos, siempre acertados, no faltan. Eso explica la utilización de figuras retóricas al servicio de una necesidad de expresión y no como meros ornamentos. Así por ejemplo, en una crónica que escribe sobre un viaje –obsérvese lo estándar que es generalmente el uso de la lengua en esta clase de textos –, la poesía está presente: “el cielo bermejo como en eclosión, en afortunado presagio, arriba de la nieve impávida. Me parecía que viajaba en la lámpara de Aladino. Dormía poco o nada. Bebía licor de tomate. Ámsterdam pintada en el cielo, a la media tarde; por una inclinación de la nave, al subir, la ciudad aparece por algún minuto, pintada en un costado del cielo…” –“Crónica de viaje a Israel y Europa”, texto recogido en el mismo tomo de la mencionada colección–. ¿Cómo, si no con esos magistrales giros poéticos, podría plasmar con palabras todo su asombro, su deslumbramiento al contemplar un trozo del mundo que le resultaba “tocado de algo supremo, casi imposible de resistir”?
“La Naturaleza fue y es la gran palabra”, dejó escrito Marosa, como si no existiera ese normal traslado de los elementos a la poesía mediante un proceso intelectual, sino que parece que toda la naturaleza –el hombre lobo y la mujer mariposa, las azucenas y los gladiolos,…– nacieran EN las páginas de Marosa, desde su palabra, siempre por primera vez.